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Calle 13 demuestra que el hip-hop boricua tiene caminos mucho mas creativos


Ser de Puerto Rico y coquetear con el ritmo repetitivo del reggaetón no obliga necesariamente a seguir los lineamientos del género popularizado a nivel internacional por figuras como Daddy Yankee, Don Omar e Ivy Queen.

Esa es al menos la opinión de Residente (MC) y Visitante (DJ e instrumentista), quienes conforman el núcleo de Calle 13, un grupo boricua que ha marcado siempre sus distancias con los exponentes más populares y comerciales del reggaetón, tanto de manera verbal como musical.

La presentación del sábado en el recientemente inaugurado Club Nokia de Los Ángeles no hizo hincapié en los desafíos verbales que Residente le ha hecho a sus compatriotas musicales, ya que dejó por ejemplo de lado la interpretación de Que lloren, su manifiesto ideológico más grande en contra de los reggaetoneros que considera banales.

Pero el deseo de distanciarse musicalmente de estos mismos exponentes se hizo ampliamente evidente en la presentación efectuada sobre la tarima. Lejos de limitarse al empleo de un MC y de un DJ, Calle 13 apareció con una formación completa de grupo, en la que se podían encontrar tres encargados de las percusiones, tres instrumentos de vientos, un bajista, un guitarrista y hasta una cantante de excelente voz y de discreta presencia (PG-13, hermana menor de Residente).

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Esta generosidad musical hizo que Calle 13 funcionara como un proyecto de colaboración activa, y no simplemente como el producto de la vanidad de un dúo. Además, el aporte de todos los instrumentos se convirtió en una excusa perfecta para que el grupo incursionara con naturalidad y fluidez en todo tipo de géneros y de estilos: pasó del hip-hop más duro al funk más cadencioso; de la bossa nova a la cumbia, y de la salsa a a la banda sinaloense.

Sin embargo, el detalle más novedoso para quienes han seguido su discografía fue el empleo recurrente del ska, un ritmo que no se ha podido distinguir abiertamente en su material grabado, pero que se convirtió en una verdadera fuente de energía al tocarse en vivo.

Residente no tiene una voz demasiado poderosa —de hecho, se cansó al final del show, que fue bastante breve—, pero la combinó acertadamente con las entonaciones melódicas de PG-13, logrando un contrapunto realmente interesante.

Debido al estruendo propio del concierto, sus letras no llegaron a entenderse claramente, por lo que el polémico aspecto de vulgaridad que exhibe en sus grabaciones (y que siempre ha sido más divertido que agresivo) quedó relegado ante el buen gusto de sus combinaciones musicales y la intensidad de su performance escénica.

Claro que no todo es perfecto dentro de este cacerío de sonidos. En su afán por mostrar una conexión popular que resulta esencial en cualquier artista urbano que se respete, Residente comete algunos deslices semejantes a los de los músicos que critica, como invitar a una chica de la audiencia para cantarle al oído un tema romántico (Un beso de desayuno) o combinar algunos ritmos y melodías que terminan resultando estridentes (como es el caso de Ojalai).

También se extrañó el lado más rebelde del grupo, ya que no se escuchó su controvertida pieza Querido F.B.I. —dedicada a los supuestos asesinos de un luchador independentista— ni ninguno de los cortes en los que Residente deja fluir el peculiar interés que tiene por las historias de desarreglos mentales (como Llégale a mi guarida y John el esquizofrénico).

Sí se incluyó, en cambio, Pa’l norte, una ingeniosa canción dedicada a los inmigrantes, que fue sometida esta vez a un tratamiento de dub. “Nosotros no sufrimos en Estados Unidos, pero la pasamos mal cada vez que queremos entrar a otro país”, comentó Residente, en alusión a los problemas de aduana que suelen atravesar los artistas latinoamericanos cuando pretenden presentarse fuera de su tierra.

En todo caso, no faltaron los éxitos más difundidos del grupo, como Nadie como tú (uno de los pocos temas románticos de Residente, y el más logrado en dicho rubro); Se vale tó-tó (digno representante del lado más pornográfico del combo); Tango del pecado (donde se emplea de manera efectiva el ritmo típico del reggaetón); La cumbia de los aburridos (una irresistible invitación al baile, con mucho sabor colombiano) y, por supuesto, Atrévete-te-te (otra lograda cumbia, respaldada esta vez por la vibrante sección de metales).

A fin de cuentas, se trató de una inundación musical tan fresca como saludable, necesaria no sólo por los innumerables incendios que amenazan al sur de California, sino también por la sequía de talento que se ha venido exhibiendo localmente en lo que respecta a la música latina de baile.

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